El 27 de junio de 2025, la República Democrática del Congo (RDC) y Rwanda firmaron en Washington un acuerdo de paz que pone fin a una de las tensiones más explosivas del continente africano. Pero más allá del cese de hostilidades, el tratado confirma algo más profundo: la victoria política y estratégica de Kinshasa frente a una agresión disimulada pero persistente de Kigali.
La estrategia del tiempo largo
Mientras Rwanda apostaba por una ofensiva a través del grupo rebelde M23, respaldado de forma encubierta, la RDC, bajo el liderazgo de Félix Tshisekedi, optó por una postura de contención. Muchos la tildaron de débil, pero esta paciencia resultó ser una arma diplomática letal. En lugar de entrar en la lógica de la provocación, Kinshasa esperó, se preparó, construyó desmentidos, y posicionó su relato a nivel internacional.
Comunicación versus manipulación
Frente a una guerra informativa lanzada por Kigali, la RDC respondió con claridad y pedagogía. El ministro de Comunicación, Patrick Muyaya, se convirtió en una pieza clave: cada intervención suya era un mensaje hacia dentro, pero también hacia las cancillerías y las organizaciones internacionales. Mientras las redes sociales se llenaban de desinformación, Kinshasa se erigía como un actor institucional creíble y coherente.
Unidad interna frente a la fractura étnica
Otra táctica rwandesa buscaba explotar las tensiones étnicas internas, especialmente en el Este del Congo. Pero no hubo eco. El gobierno evitó el discurso del odio, rechazó alimentar divisiones entre Tutsis, Banyamulenge y otros grupos, y consolidó su imagen de garante de la unidad nacional. Una decisión arriesgada, pero fundamental.
Un acuerdo que valida la postura congoleña
El texto firmado en Washington refleja ese equilibrio: Rwanda se compromete a cesar el apoyo al M23, mientras que la RDC acepta neutralizar a las FDLR, sin ceder un ápice de soberanía. Un resultado diplomático que consagra la madurez del Estado congoleño.
Una lección para todo el continente
La RDC demuestra que en el siglo XXI, se puede derrotar una agresión híbrida sin caer en el juego del adversario. Paciencia, narrativa clara, cohesión interna y diplomacia firme: esa fue la fórmula. Un precedente que podría inspirar a muchos países africanos enfrentados a desafíos similares.