José «Pepe» Mujica falleció a los 89 años, víctima de un cáncer de esófago. Su legado político y humano trasciende fronteras: fue guerrillero, presidente y símbolo de una ética austera en el poder.
Una vida marcada por la lucha y la coherencia
El 13 de mayo de 2025 murió José Mujica, expresidente de Uruguay, figura icónica de la izquierda latinoamericana. Tras haber pasado casi 14 años en prisión durante la dictadura militar por su militancia en el movimiento Tupamaros, Mujica emergió como un político singular: directo, modesto y profundamente humano.
Electo presidente en 2010, su gobierno impulsó leyes pioneras como la legalización del matrimonio igualitario, del aborto y del cannabis. Pero más allá de sus políticas, fue su estilo de vida lo que captó la atención mundial.
«El presidente más pobre del mundo»
Mujica rechazaba los lujos del poder: vivía en su chacra, conducía su viejo Volkswagen y donaba la mayor parte de su sueldo. Esa coherencia entre discurso y acción lo convirtió en un referente ético en una región frecuentemente marcada por la corrupción y el cinismo político.
«No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho», solía decir. Esa frase, repetida en discursos y entrevistas, resume su filosofía de vida.
Duelo nacional y homenaje popular
El gobierno uruguayo decretó tres días de duelo nacional. Miles de ciudadanos lo despidieron en Montevideo, donde su féretro fue acompañado con flores, banderas y cánticos de agradecimiento. Líderes de toda América Latina, desde Gustavo Petro hasta Lula da Silva, expresaron su pesar y destacaron su legado.
Un legado que no se apaga
Mujica se despidió con la misma sobriedad con la que vivió. Su muerte cierra un capítulo de la historia reciente del Cono Sur, pero también reaviva preguntas fundamentales: ¿es posible ejercer el poder con ética? ¿Puede la política reconciliarse con la sencillez?
Mientras el continente enfrenta nuevas turbulencias, el recuerdo de Mujica seguirá siendo un faro para quienes creen que otra política es posible.